jueves, 22 de abril de 2010

Mel: Incertidumbre



Siempre he odiado las mudanzas. Realmente, estoy habituada a que nos mudemos de un lado para otro, mi padre nunca estaba a gusto allí a donde iba. Le ofrecieron una sugerente oferta para trabajar en una de las industrias más importantes del país. En un pueblo, llamado Alfales. Nueva vida, nuevos amigos, y nuevos problemas que añadir a mi largo historial.

Llegamos casi al medio día, con el sol abrasándonos en el interior de aquel viejo automóvil del cual mi padre se negaba a desprenderse. Era un micro infierno con ventanillas bajadas, revoloteando mis largos cabellos rubios. El paisaje no era muy de mi agrado, casi como cualquier sitio en los que había estado. Yo siempre he querido vivir en lugares rodeados por montañas y nítidos lagos, como si estuviera aislada totalmente de la civilización. Podría oler el aroma de las rosas cuando la brisa mañanera las rozase y desprendiera ese agradable olor que me infunda tanta paz. Escucharía el cantar de los pajarillos del lugar, despertándome con sus lindos silbidos. Pero eso quedaría en un vago sueño que no llegaría a cumplirse. Solo las princesas vivían en palacios recónditos, con un lago para su disfrute personal, y unas bonitas vistas para no sentirse sola.
Pero yo no era una princesa.

Cuando creí que moriría abrasada, pude escapar del calor del automóvil destartalado de mi padre, y contemplé aquel lugar. Una casa antigua, de tres plantas, y un amplio jardín delantero que parecía extenderse hasta limitar con el monte del fondo. Los colores tristes invadían las cuatro paredes de mi futuro hogar, moteado con ventanales antiguos y pequeños tejados de teja cobriza. Me sorprendió ver un ventanal gigante cerca de la entrada, que parecía absorber toda la luz que el Astro Rey proporcionaba.
Agarré mi maleta, y me dispuse a entrar la primera. Quería conocer cual sería la habitación que acabaría convirtiéndose en mi cárcel.

Papá había amueblado ya todas las salas con un estilo victoriano muy de su estilo. Las lámparas de araña colgaban del techo, esperando a ser encendidas para hacer competencia a la grandiosa chimenea que reinaba el salón. El comedor se veía muy curioso con aquellas sillas rectas de estilo isabelino y unas mesitas sólidas y de apariencia pesada. Subiendo por las escaleras, colgaban cuadros de personajes históricos a los cuales mi padre apreciaba demasiado. Al final de la escalera, colgaba un espejo gigantesco que reflejaba la pesadumbre con la que me encaminaba a mi dormitorio.

Me temblaron las manos cuando las aproximé al picaporte. La madera crujió al abrirse la puerta y contemplé con admiración aquel lugar. Mi padre sabía perfectamente lo que yo mas adoraba, y estaba allí, todo eso estaba allí. Había dispuesto una barra en una de las paredes para que pudiera practicar mis ejercicios de ballet. En otra de las paredes encontré un precioso tocador lleno de maquillaje, acompañado de una antigua cómoda de madera, pintada de un blanco impoluto y con tocados florales. Los ojos se me abrieron desorbitadamente cuando vi la esplendida cama revestida de sábanas lisas de color rosa y violeta. Alcé los ojos y vi como una sinuosa forma acababa en pico, rozando casi el techo. Tenía una brillantito rojo, que simularía el ojo de un precioso cisne tallado a mano, que servia de cabecera para mi cama.

Aparqué la maleta en un rincón, y me deje caer en el mullido colchón que me acompañaría todas las noches en cada sueño o pesadilla que invadiera mi mente durante mis horas de sueño. Cerré los ojos y pensé que sería de mí en aquel lugar tan apartado, lejos de la ostentosidad a la que me había acostumbrado en Santa Mónica. Allí, donde se quedaron unos pocos recuerdos agradables y unas cuantas personas significativas en mi vida, también se quedaban recuerdos horrendos que no dejaban de invadir mi subconsciente sin que yo me diera cuenta.

Me dirigí al cuarto de baño para aliviar el calor tan sofocante que cubría el mes de septiembre. Me desnudé y deje correr el agua para tomar un baño de agua tibia y relajarme de una vez. El reflejo del espejo me hechizó. Pude ver como el tiempo había desarrollado en mi unas curvas perfectas, comenzando por unos turgentes senos que tanto habían tardado en desarrollarse, y terminando en unas caderas un poquito más anchas que hacía unos años. Mi melena rubia cubría casi toda mi espalda, provocándome una sonrisa en el rostro al ver cuánto había crecido desde la última vez que me obligaron a cortarlo. Mis ojos habían perdido el brillo que tenía antes de morir mi madre, no eran tan intensos. El azul brillante se había convertido en un azul pálido y lacrimoso, que terminó por expulsar unas lágrimas al hacerme recordar la imagen de mi querida madre en aquel cristal.

Volví en mí rápidamente, y cerré el grifo. Me estremecí por el contacto con el agua, pero me introduje tranquilamente y me enclaustré en mis pensamientos. No sabía que seria de mí en aquel lugar, pero necesitaba encontrar una escuela de baile en la que poder seguir puliendo mis aptitudes. Pero ya me encargaría de eso mas adelante. Antes tengo que pasear por el pueblo y conocer el instituto al que me había inscrito mi padre, el cual seria otro suplicio que soportar.

Cerré los ojos y me hundí en el agua. Me sentí como en el vientre de mi madre, inmersa en un calido sentimiento que me llenaba de amor y cariño. Lastima que al abrir los ojos, estuviera sola y tendida en aquella bañera de frío mármol.

Mel


2 comentarios:

Luis dijo...

que bonitooo el comienzo de la historiaaa *__*

Nony dijo...

Y sólo es el principio.. :P

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